Por : Pedro Mayorga Cordero
Director de Formación e Identidad
Santo Tomás Viña del Mar.
No cabe duda de que las redes sociales forman parte de nuestras vidas cotidianas. Su
uso se ha transformado en un hábito casi ineludible para la mayoría de los miembros que
conforman la sociedad. Si acaso la intención de dicha herramienta fuere extender el
horizonte de la comunicación entre las personas, tal propósito, en lo particular, se ha
logrado satisfactoriamente en el entendido que, actualmente, se cuenta con mucha
información a la mano, más rápida y fácil de entender.
Se añade, además, la posibilidad de contar con información instantánea entre las
personas de distintos lugares del mundo. En definitiva, las redes sociales logran,
eficazmente, el tráfico masivo e instantáneo de información, la que poco a poco va
configurando en cada uno de los usuarios una relativa imagen de mundo y las particulares
acciones que toman sobre él.
El problema comienza cuando esa imagen de mundo es cerrada en sí misma, parcial y,
muchas veces hasta dogmática. Esta imagen de mundo instrumentalizada por la
inteligencia artificial a través de los bots y los deepfakes trae consigo la posibilidad de
generar una “cámara de eco” en las que resuenan como únicamente verdaderas aquellas
preferencias que el usuario desea admitir como válidas. Esto, sin lugar a duda, trae
consecuencias en la capacidad de diálogo entre los ciudadanos. Es muy importante
generar espacios de comunicación para que estas preferencias subjetivas sean
examinadas por la crítica y, de esta forma, su pretensión de validez sea aceptada por los
participantes de la acción comunicativa. Los juicios personales son sólo pretensiones de
validez hasta que los interlocutores, las aceptan través del esfuerzo argumentativo que
realiza el proponente o hablante.
La comunicación es, entonces, aquel espacio dialógico en que por medio de la
argumentación cada la persona somete a crítica sus preferencias privadas y en la medida
que son aceptadas el acto comunicativo se consuma en el entendimiento.
El hábito a argumentar las creencias, preferencias, opiniones, intenciones y motivaciones
particulares es una condición básica para ciudadanos comprometidos con la vida
democrática. Esta capacidad de saber dar razones sobre algo y saber admitir las razones
de otros cuando corresponda son competencias que debemos potenciar en la formación
ciudadana. Tenemos un enorme desafío como país: cuidar nuestra democracia por medio
del cultivo de ciudadanos honestos, responsables, abiertos a la discusión y a la
comunicación colaborativa.
Las opiniones vertidas en esta columna, son de exclusiva responsabilidad de quien las emite, y no necesariamente, representan el pensamiento de Marga Marga Online.