Cuando apenas cumplíamos cien años de la Independencia, Chile ya tenía una identidad
idiomática reconocida por lingüistas e intelectuales de la época, así lo plantea el Dr. en
Lingüística de la Universidad de Playa Ancha, Juan Pablo Reyes.
El especialista explica que este fenómeno se abordó en la llamada polémica del romanticismo
de 1842. En ella se pedía, no sólo emancipación política y económica, sino principalmente
filológica, lo que dio paso a una literatura realista, costumbrista y social que, por cierto, dieron
a conocer, enseñaron, difundieron y legitimaban nacional e internacionalmente voces que,
eran solo usadas oralmente y, por lo mismo, solo eran conocidas a nivel local, barrial, rural.
En estas obras, detalló, se da cuenta de la vida campesina y de la vida en la ciudad de
inmigrantes rurales, en su mayoría adolescentes y jóvenes, que se instalaban, como hasta
ahora, en viviendas precarias, conventillos y galpones, mientras encontraban un sustento
económico estable y aspirar, no solo a casa, si no a tener una familia. Algunos de sus
principales autores son Alberto Blest Gana, Mariano Latorre, Baldomero Lillo, Alberto
Romero, Manuel Rojas, José Santos González Vera, Juan Godoy.
De estas fuentes -complementa el Dr. Juan Pablo Reyes- se sacaron muchos términos que
son parte de diccionarios de chilenismos hechos por la Academia Chilena de la Lengua y el
Diccionario Ejemplificado de Chilenismos dirigido por el recordado académico UPLA, Dr. Félix
Morales Pettorino, y que contó con la colaboración de estudiantes y hablantes de distintas
promociones, clases sociales, nivel de educación, actividad, oficio o profesión, lugares y
género, durante 60 años de investigación lingüística.
En el largo y ancho Chile del siglo XX, el habla chilena se fue forjando en las aulas escolares,
liceanas y universitarias de manera uniforme, común y generalizada. “En un proceso de
alfabetización basada en la comprensión lectora y producción de textos escritos. Años
en los que se aprendía a deletrear y leer frases breves, en primer año de enseñanza
básica. Hasta el día de hoy, aunque se aplica cada vez menos, se usa como frase
cliché “Gobernar es educar”. Y surgieron los dos premios Nobel, Mistral y Neruda,
pero no solo ellos, sino vanguardias y movimientos estéticos que reforzaron nuestra
identidad lingüística nacional y latinoamericana. Pensemos en Huidobro y De Rokha,
Gonzalo Rojas, Nicanor Parra y Pedro Lemebel”, puntualizó el académico de la Facultad
de Humanidades de la UPLA.
Para el Dr. Reyes entre 1973 y 1990, la política lingüística de la dictadura se resumió en dos
ideas: “Usted no lo diga”, campaña liderada por el engominado profesor de clase alta, Mario
Banderas Carrasco y la censura y autocensura de prensa. Desde el año 1990, retorno a la
democracia, fin de siglo y de milenio, los medios masivos de comunicación de mayor impacto,
radio, prensa y televisión, comenzaron a difundir un tipo de lenguaje más cercano a la gente;
las personas se podían reconocer en hablas como las del maestro gásfiter Faúndez, vestido
de overall, contestando la llamada desde su celular, dentro de un ascensor rodeado de
ejecutivos vestidos de negro y en la forma de expresarse de los abuelitos de cochayuyo.
“Sin duda que, la más evidente demostración de la difusión del léxico popular y poco
docto del habla chilena general, fue el diario La Cuarta y, a esas alturas ya,
definitivamente, animadores, conductoras, en teleseries y en la publicidad tendían a
usar informalmente el idioma, y, como no, a romper los tabúes idiomáticos referidos a
garabatos. Por ejemplo, podemos nombrar el resurgimiento del personaje, actuado por
la actriz Patricia Cofré, garabatero, insultante, ofensivo y sarcástico. Y de un profesor
de Castellano, conservador pasamos a uno más permisivo, buena onda, Jaime
Campusano, que difundía las voces populares explicándolas en un tono académico.
Aquí también la difusión del inglés tuvo un factor importante, agregando que
empezamos a vacacionar en el extranjero”, ejemplificó el lingüista de la UPLA.
En estos primeros 24 años del siglo XXI, son las formas e informalidades del habla más
callejeada, esquinada, las de mayor frecuencia, es decir, que se generalizan, se estandarizan,
se hacen común, sin importar clase, lugar, personas, temas, edad, medio ni mensaje, por X,
whatsapp, Gmail, instagram, youtube, y que, lamentablemente, coincide con la baja calidad
de la educación estatal y con la indefinición entre lo público, lo privado y lo íntimo.
“Son estos los nuevos soportes escriturales por los cuales se está irradiando, enseñando, un
habla nacional sobrecargada de emoción y vacía de pensamiento. Aquí, aparecen, aweonao
cristian, la Rosa Espinoza, la lauchita y sus vecinas conflictivas, la calila y la maiga y videos
de soldaditos narcos y cantantes urbanos. Las profesoras de castellano, hoy de lenguaje y
comunicación, tienen un mayor desafío para guiar las riendas idiomáticas de nuestro país,
seguir atentas a lo que hacen nuestros poetas y narradores y, sobre todo, prepararse para
alfabetizar críticamente en nuevos mensajes que son los medios en sí mismos”, concluyó
Juan Pablo Reyes.