Ser sus propios jefes, manejar su tiempo, mejorar sus expectativas salariales y pasar más tiempo
con sus familias, son algunas de las motivaciones que tienen los emprendedores de Fondo
Esperanza para crear su propio negocio.
Chile es una de las naciones de Sudamérica, donde cada vez más personas se están atreviendo a
generar sus propios proyectos. De hecho, según el Reporte Global Entrepreneurship Monitor
(GEM) 2014, de la Universidad del Desarrollo, que evalúa los índices de emprendimiento en el
mundo, señala que en nuestro país, la población entre 18 y 64 años incrementó su actividad
emprendedora a un 26,8% el 2014.
De estos, un porcentaje mayoritario corresponde a hombres que dejan sus trabajos formales para
mejorar sus ingresos, obtener mayor independencia y mejorar la calidad de vida de su entorno y
familia. Esa es la realidad que se encuentran en cientos de historias de padres que decidieron
emprender con el apoyo de Fondo Esperanza (FE).
Tal es el caso de Daniel Perán, microempresario de la región de Los Lagos, que tiene un negocio de
elaboración de artesanías en madera. Él ha sido como un padre para sus empleadas a quienes les
ha traspasado sus conocimientos. “He cumplido gran parte de mis metas: dar empleo,
principalmente a mujeres, y enseñar lo que hago. Contraté a personas que no sabían nada de este
rubro y han aprendido”, afirma.
En cuanto a su vida familiar, este artesano dice que sus tres hijas son su mundo y su motor para
seguir perseverando. Si bien trabaja alrededor de 16 horas al día, siempre se da un minuto para
compartir con ellas.
De la misma forma, Andrés Huenequeo, un esforzado comerciante de la comuna de Pudahuel que
fabrica ollas y moldes de aluminio, ve que este oficio es su gran herramienta para darle a su hijo lo
que él no pudo terminar: una buena educación formal. “Él lo es todo, es mi mejor amigo y es la
persona que más amo. Soy muy afortunado porque con mi señora trabajamos duro para que
tenga sus estudios, porque eso lo ayudará a tener más oportunidades, no como yo que no terminé
y me costó salir adelante”.
Según Andrés, uno de los grandes beneficios de ser un emprendedor es que es su propio jefe, y
eso, le ha permitido no sólo tener remuneraciones más altas, sino que también compartir más
tiempo con su familia, e incluso, viajar con ellos por todo Chile vendiendo sus productos.
En Ovalle vive Emilio Balcarce, otro padre microempresario que pudo superar una crisis y
continuar siendo el principal sostenedor de su familia. Es administrador público de profesión,
pero las vueltas de la vida hicieron que cambiara su rumbo laboral para transformarse en
vendedor de quesos, charqui y productos típicos de la zona norte. “Soy comerciante de forma
accidental. Mis tres hijos iban a comenzar la universidad y debía ahorrar para pagarles la carrera.
Cuando me faltó trabajo en lo que estudié, tuve que buscar una solución para sustentar mi hogar y
la educación de ellos”, explica el emprendedor.
Emocionado dice que sus hijos están preparados para dedicarse a lo que cada uno estudió, pero
que el negocio siempre estará para ellos como una segunda alternativa de realización económica.
Sin importar la zona geográfica de la que provengan, los más de 100 mil emprendedores de Fondo
Esperanza son un ejemplo de éxito y superación. A través de estas historias, ellos confirman que
poseer un trabajo convencional no es la única forma de cumplir con sus objetivos sino que
también existe este nuevo giro: la creación de negocios y la independencia laboral. Unos logros
que, junto a la fe y esperanza, se posicionan como una nueva alternativa para sostener la familia y
cumplir sus sueños.