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“No existe turismo sin cultura” señalaban Hunziker y Krapf 1 . Categórica expresión

nos revela que detrás de toda actividad turística subyace un componente cultural

–con todas las complejidades que conlleva dicho término–, que pone al ser

humano en el centro de la cuestión, como productor, medio y objeto del turismo.

Pero si bien todo turismo tiene esta matriz cultural, es también cierto que la

denominación “turismo cultural” adquiere ciudadanía propia como un forma de

turismo de intereses especiales que releva los aspectos históricos, artísticos y

culturales de un lugar.

El interés de quienes visitan sitios patrimoniales, como un inmueble histórico o un

sitio arqueológico, radica en un deseo de conocimiento de otras culturas y

personas, o bien un encuentro con las propias raíces. Así, el turismo cultural,

enriquece al viajero con conocimientos y experiencias singulares. Viajar a Francia

y visitar el Louvre o la torre Eiffel por ejemplo, son actividades obligadas para

aquellos que quieran vivir lo más representativo de la cultura francesa.

El valle de Aconcagua es una zona llena de historia y cultura, aspectos que

atestiguan el enorme potencial para el desarrollo de la actividad turística. Más de

500 años de historia tiene este valle, una vasta densidad cultural que se extiende

desde los pueblos prehispánicos hasta las importantes personalidades del siglo

XX como Gabriela Mistral o Pedro Aguirre Cerda. Importantes hechos históricos

han sucedido en este espacio, entre ellos, relevante es el cruce del Ejército de los

Andes, que dejó un rico relato histórico y toda una red de monumentos y sitios

patrimoniales. Ejemplos del uso de este patrimonio cultural para la elaboración de

productos turísticos es el Parque Arqueológico Paidahuén que ha implementado

senderos guiados y señalizados para apreciar el arte ruspestre de los petroglifos o

el Tour en la góndola-carril, que rescata la experiencia del viaje en el Ferrocarril

Trasandino.

Un aspecto clave para conocer la cultura local son los museos, de los cuales el

valle posee una abundante oferta: hay museos arqueológicos, religiosos, militares,

ferroviarios, de sitio y generales, que hablan de los pueblos originarios, pasando

por la época colonial, la independencia y el período republicano. El Museo

Arqueológico de Los Andes cuenta con atractivas colecciones; museos religiosos

como el Ex Convento de las Carmelitas Descalzas de Los Andes son

representativos de la vida religiosa y conventual de Aconcagua; hay museos

históricos que hablan de la historia general del valle como el Museo Histórico y

Arqueológico de Aconcagua en San Felipe. Otro, como el Museo de Pedro Aguirre

Cerda en Pocuro, dan cuenta de la vida de personalidades relevantes. Son solo

algunos ejemplos, que hablan de la riqueza histórica y cultural del valle de

Aconcagua.

Como zona agrícola y campesina, Aconcagua puede potenciar el agroturismo

realzando sus antiguos poblados (Pocuro, Curimón, Almendral, Jahuel, Putaendo)

con sus paisajes rurales y arquitectura colonial, sus personajes típicos (tierra de

huasos, arrieros, artesanos, pirquineros y ferroviarios) o su gastronomía tradicional

(productos locales como el charqui o la cazuela nogada). Aquí se desarrollan

diversas fiestas tradicionales como la trilla a Yegua Suelta en San Esteban y Calle

Larga o la Fiesta de la Chaya en distintos puntos del valle. Con este multicolor

abanico cultural es posible diversificar la oferta y ofrecer productos turísticos

atractivos.

Como se ve, el patrimonio cultural es la materia prima de esta forma de turismo,

tanto de sus expresiones materiales como inmateriales, por tanto su conocimiento,

investigación y puesta en valor deben ser prioritarias para el fomento turístico.

Como reconoce el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, el turismo cultural

bien gestionado puede convertirse en una herramienta que permita la

sustentabilidad y la salvaguardia del patrimonio 2 , de modo que la diada turismo-

patrimonio o patrimonio-turismo puede ser una relación virtuosa para gestores

culturales, investigadores, el turismo y la comunidad.

Si bien se han realizado importantes avances, falta aún mucho por desarrollar. Es

necesario implementar nuevos emprendimientos y productos turísticos; algunos

museos deben modernizarse y establecer planes de gestión que integren a la

comunidad; es necesario un plan de evaluación del patrimonio para establecer

prioridades; y también generar asociatividad entre los distintos agentes que

participan en el turismo cultural. Se debe asimismo educar a la comunidad para

que ésta valore su patrimonio local, para que sean ellos quienes en el futuro

protejan y administren sus bienes culturales y, eventualmente, puedan darles un

uso turístico.

En todo caso, toda actividad turística que se desarrolle en torno al patrimonio

cultural debe hacerse de forma sustentable, respetando las costumbres locales,

sin sobrecargar los sitios e integrando a las comunidades locales.

Esto último es relevante, pues se debe desarrollar un turismo enfocado en las

personas, pues son ellos en definitiva los depositarios y transmisores de la cultura.

El turismo debe estar al servicio de las comunidades, y no al revés. No se debe

desarrollar un turismo de postal con destinos asépticos, sino un turismo real y

fluido, generando relatos más auténticos, donde se pueda entender la cultura local

con el contacto con su gente.

Se debe ofrecer, en definitiva, un turismo donde se rescate el valor de lo humano,

cuya diversidad sea el pilar de su riqueza. Solo así el turismo y el patrimonio

cultural alcanzaran un relación donde se retroalimenten de manera armoniosa.

Cristrian Urzúa Aburto,

Investigador Área Patrimonio Histórico Cultural, Línea de Patrimonio,

Centro de Investigación en Turismo y Patrimonio, www.cityp.org

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