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19 11 2015Comunicado

 

Cuando emprender se vuelve la única alternativa para salir adelante, no hay ninguna

limitación para llevarlo a cabo.

Muchas pueden ser las razones por las que se independizan las(os) chilenas(os), pero

existe un patrón que se repite: Todos desean mejorar su calidad de vida, tener más

tiempo para pasar con su familia, ser sus propios jefes y estabilizar la economía del hogar.

En Fondo Esperanza (FE), la comunidad de emprendimiento solidario más grande de Chile,

se derriba el mito que para comenzar a ser microempresario es necesario ser joven y

tener experiencia en administración. Entre los requisitos para entrar a FE, se encuentran

el hecho de tener un negocio formal o informal funcionando y tener las ganas de hacerlo

crecer. Se apuesta por la capacitación y el aprendizaje continuo; contar con la confianza

en que con esfuerzo se puede llegar lejos.

Varios son los casos de éxito. Sin ir más lejos, en Catemu vive Tamara Vargas, una joven

emprendedora de 19 años que decidió emprender porque quería juntar dinero para pagar

sus estudios y potenciar sus habilidades artísticas.

“Fondo Esperanza me dio la posibilidad de poder dedicarme al diseño de ilustraciones y

venderlas en ferias, exposiciones y a través de mi página en internet. Lo que más valoro de

esta maravillosa oportunidad son las grandes redes de contacto que he logrado con otros

reconocidos ilustradores y que la gente conozca mi trabajo. Para ello, todos los dibujos

que hago son colocados en libretas, agendas, imanes, entre otros objetos de confección

propia que posteriormente vendo”, manifiesta Tamara.

A tan corta edad, Tamara es una de miles de mujeres que debe compatibilizar su trabajo,

su casa, el cuidado de su hija y sus estudios. Cuenta que lo más importante es ser

responsable, ordenado y organizado para que todo salga bien y no faltar en ninguno de los

quehaceres.

Un poco más hacia la costa, en Viña del Mar, vive Carolina Mesías, una empeñosa madre

de dos hijos que con 47 años saca adelante a su familia gracias a un novedoso

emprendimiento.

“Mi vida dio un gran giro cuando padecí una costosa enfermedad al corazón, así que tuve

que comenzar a buscar una alternativa para costear los gastos de la casa. Lo que primero

hice fue observar una necesidad insatisfecha. Decidí convertirme en artesana en fierro y

fabricar accesorios de protección para el fuego. Fondo Esperanza ha sido de gran ayuda,

porque me di cuenta de que tenía muchas capacidades que no sabía que poseía y, con el

paso del tiempo, he logrado mi casa propia, mi taller. Además, mi hija sacó su carrera y

puedo vivir tranquila”, explica Carolina.

Comparte su opinión, Katy Morales, emprendedora de Fondo Esperanza en Coquimbo,

que a sus 62 años trabaja en su propio proyecto gastronómico. La microempresaria partió

cocinando dulces, tortas y empanadas para sus familiares, quienes poco a poco

comenzaron a recomendarla con sus amigos y vecinos, haciendo que el negocio empezara

a crecer por cuenta propia.

Ingresó a Fondo Esperanza hace cuatro años y es una de las integrantes más antiguas de

su Banco Comunal “Esperanza de Punta Mira”. “Una amiga me comentó de Fondo

Esperanza y fui de curiosa. Me gustó y me quedé. Me ha servido harto porque antes

trabajaba en mi casa y ahora pude construir mi propio taller en una pieza, donde además

tengo un fogón, horno, máquinas especiales y todo lo que necesito. Fondo Esperanza me

ha dado la seguridad para saber que lo que hago, lo hago bien y gracias a eso tengo la

aceptación de todos mis clientes”, indica la emprendedora.

Todas son mujeres que han sorteado los obstáculos que a cada una le ha puesto la vida. A

pesar de una no haber tenido la posibilidad de estudiar por falta de recursos, otra padecer

una enfermedad que le costó su puesto de trabajo dependiente y la última desear la

ansiada independencia económica, estas tres ejemplares mujeres no han dado pie atrás y

han sabido potenciar sus capacidades, administrar sus emprendimientos y mantenerlos en

el tiempo. Siempre acompañadas de Fondo Esperanza.

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